lunes, 18 de abril de 2011

Me moriré en Madrid sin aguacero

El veintitrés de abril del año dos mil siete me planté en la salida del maratón de Madrid con la intención de bajar allí por primera vez de las tres horas. Terminé retirado en el kilómetro treinta y cuatro y mendigando un euro a la puerta del metro en Simancas para poder volver a casa. Desde aquel día he corrido cuatro maratones bajando en tres de ellos de tres horas y aprendí que si fracasé aquel día fue porque llegué corto de entrenamiento y porque el circuito de Madrid es excesivamente duro para intentar allí hacer marca. Pero eso no quita para que el mazazo que supuso aquella carrera nunca me haya abandonado. En un corredor sólo se concibe el heroísmo o el patetismo. No somos de términos medios. Desconocemos la virtud.

Cuando Abel Antón, a instancias del presuntamente ínclito Cristóbal Grau, anunció que el maratón de Valencia pasaba de febrero a noviembre (ésta va a ser la entrada de los autoenlaces) los climaterios nos quedamos descolocados y comenzó la diáspora maratoniana. Unos prepararon Castellón, otros Sevilla. Yo estaba cansado por Berlín y decidí, en principio, que iba a preparar Barcelona junto a Pérez pero, por culpa de la luna, hube de renunciar. Y vi claro entonces que el momento de ajustar cuentas con Madrid había llegado. Y también está José Miguel, amigo mío desde primero de EGB, con el cual quedo todos los años en Behobia y San Silvestre Vallecana. Siempre me dice que mucho correr, mucho tal y mucho cual pero que en maratón competimos cara a cara una vez, en aquel año dos mil siete, y que va ganando uno a cero. Y ya que no hay vez que charlemos que no deje caer la muletilla –como en maratón siempre te gano- le llamé por teléfono y le dije –calienta, que el diecisiete de abril vas a salir.

Como siempre repito, será porque es verdad, lo duro del maratón no es correrlo sino prepararlo. Le dije a Pérez que no iría con él a Barcelona pero que eso no significaba dejarle tirado. Y le ayudé a prepararlo entrenando con él (o, mejor dicho, tras él. Qué manera de sufrir). Mandé al chico a Barcelona donde mejoró su marca, preparé dos semanas a fondo la media de Moncada (donde conseguí mi bonito trofeo) y, a partir de ahí, cinco semanas intensas hasta Madrid (con el paréntesis de Praga). Así, el domingo diecisiete de abril, a las nueve de la mañana, estaba en el Paseo de Recoletos muerto de miedo y con un euro en el bolsillo.

Fui con mucho respeto a Madrid. Mi objetivo era terminarlo de la mejor manera posible, pero tenía el sueño de bajar de tres horas allí. Muy difícil. Si en Valencia baja en torno a un diez por cien del censo, en Madrid no llega al cuatro. Yo me suelo mover por ahí en las clasificaciones pero…no sé. Lo que sí tenía claro es que las tres horas tenían que ser una ilusión y nunca una obsesión, que era lo que había ocurrido cuatro años antes.

La salida fue un desastre. Calamitosa. Los de MAPOMA habrán organizado muchas carreras pero no sé si habrán corrido alguna. Hacen cosas de peón caminero. No me extenderé pero para matarlos. Salí con retraso y los primeros kilómetros más que un corredor parecía un extremo entrando por la banda fintando adversarios. No cogí sitio hasta el kilómetro ocho. A partir de ahí, correr y correr.

Tengo el hábito, para no obsesionarme con el tiempo, de sólo mirar el crono los kilómetros múltiplos de cinco y de siete. Mi cuerpo ya sabe correr. O eso creo. Los parciales no eran buenos pero iba recuperando. Lo dicho, correr y correr. No había más. Sensaciones y disfrutar.

Llegó el paso por la media maratón. Uno veintinueve cuarenta. Estaba en tiempo, a pesar de la mala salida y de una parada técnica que tuve que hacer (algunos lo llaman mear). Me vi fuerte, con ganas, capaz de hacer la segunda media en uno veintinueve. Y me sentí eufórico. Lo vi hecho.

Seguí corriendo. Llegué a la Casa de Campo. Kilómetro veintiséis. Y la euforia comenzó a diluirse como un azucarillo. No. No iba. Ya no había alegría en mis piernas. Pasé el treinta aún en tiempo pero, teniendo en cuenta lo que me quedaba, ya supe entonces que las tres horas estaban fuera de mi alcance. Pues nada, apagué el crono y a seguir igual, corriendo hasta la meta.

Y llegó el kilómetro treinta y cuatro. En ese kilómetro estaba la cruz donde había caído muerto cuatro años antes. El kilómetro treinta y cuatro es el símbolo de la derrota. Pero este año el treinta y cuatro no estaba junto a la parada de Metro de Simancas. Este año estaba junto a ese templo de la elegancia y el buen fútbol que es el Vicente Calderón. ¿Casualidad? La casualidad no existe. Saludé al treinta y cuatro, saludé al Calderón, tarareé mentalmente el himno del Atleti (no estaba para cantar, para qué vamos a mentir) y para delante.

En el maratón existe lo que se llama el muro. El muro es ese punto donde revientas, donde no puedes más, cuando tienes que echar mano de todos los pensamientos positivos posibles, de los familiares que han faltado, de los amigos que se van a reír de ti si fallas, de los que están pendientes de ti, de todos los entrenamientos que has hecho, de cualquier cosa para que tus piernas den un paso más. El muro a veces llega antes, a veces después y creo que se ha dado algún caso en que no llegó. En Madrid son tan gentiles que, por si acaso el muro no te llega, ya te lo ponen ellos. Y del treinta y cinco al cuarenta y uno no paras de subir. Pero no paras. Aquello es un Vía Crucis (en un Domingo de Ramos, por cierto). Y el treinta y nueve está en Atocha. Y el cuarenta está en el Casón del Buen Retiro. Y te hacen subir por Alfonso XII (si alguno no lo conoce que vaya a verlo que es muy bonito, pero que lo suba andando). Subí como un desesperado aquel kilómetro. Pasaba cadáveres uno detrás de otro. Y en el cuarenta el cadáver era yo. Me quedé vació. Busqué agua. Me bebí una botella. Me eché otra sobre la cabeza. Y reviví. Me veía incapaz de llegar a la Puerta de Alcalá. Pero llegué.

A partir de ahí, una fiesta. El gentío era fabuloso (en ese sentido, y salvo en no muchos sitios, el ambiente del maratón de Madrid es espectacular). Saludé a las turmas del caballo de Espartero (algunos las llaman cojones) y giré hacia el Retiro. El Retiro es mi casa. El Retiro es mi infancia. Disfruté aquel último kilómetro como sólo un maratoniano puede disfrutar un último kilómetro. Me daba igual el tiempo. Me daba igual todo. Era feliz. Crucé la meta. Tres horas, dos minutos y cincuenta y nueve segundos. Madrid, estamos en paz.

Cruzada la meta y mientras me dirigía como podía hacia la salida empecé a cavilar. Me había visto muchas veces bajando de tres horas en Madrid. Era esa imagen la que me empujaba a seguir entrenando, la que me motivaba. Y no lo había conseguido. La sensación era agridulce. Pero luego empecé a pensar qué tenía que haber hecho para lograrlo y no encontré la respuesta. El entrenamiento había sido el mismo que siempre me había funcionado. El día no había sido excesivamente caluroso. Una nube no me hubiese venido mal (ni una ocultó el sol en toda la carrera) pero el calor no era excusa. Yo había hecho mi carrera, la mejor carrera que tenía en las piernas. ¿Entonces? Entonces la única respuesta es que Madrid es un circuito muy duro y que yo no valgo tres horas en Madrid. Y ya está. Y no hay más. Y no pasa nada. Y a partir de ahí a disfrutar de lo conseguido, que es para estar satisfecho.

Y ahora a descansar unos días y a pensar en la próxima. Los maratonianos somos como las pelotas de frontón, que cuanto más fuerte nos pegan más rápido volvemos. Y ayer Madrid fue un palizón de los buenos.

Y por cierto, José Miguel. Empate a uno.

P.D. Dedicado a una morena de ojos verdes que estaba en la meta junto a sus dos hijos, los dos niños más maravillosos y pesados del mundo.

11 comentarios:

el Sr. Skywalker dijo...

Enhorabuena, Sr. Impenitente, es Vd. para mí un héroe, se lo juro por las dos trilogías en Blue Ray.

Por cierto, los azucarillos se disuelven en el agua según tenía entendido. ¿Eso quiere decir que llovió por fin?

Repito las felicitaciones, las hago extensivas a la morena de ojos verdes y a los dos pesados.

Arual dijo...

Felicidades Impenitente!!!

Altosybajos dijo...

Bieeeeen.
Las metas siguen estando ahí pero el éxito está en hacer el camino. Y vaya que lo consigues.
La envidia me corróe.
Bravo

Álex dijo...

Enhorabuena. Si te sirve de consuelo, el otro día leí a uno que se ve que sabe del tema que el maratón de Madrid no vale para hacer marcas. Él hablaba de los que ganan, pero supongo que será igual para todos.

Slim dijo...

Y pensar que hay un tio que se esta forrando con el libro DE QUE HABLO CUANDO HABLO DE CORRER cuando tu nos lo cuentas aqui gratis y mucho mejor que él.

enhorabuena por la carrera y por el texto, a mi no me importa si al año que viene bajas de tres o no, pero quiero que me lo cuentes.

Juan Rodríguez Millán dijo...

"Hazaña" y "maratón" son dos conceptos para mí indisolubles, así que te engo que dar mi más sincera enhorabuena. No te digo que podría haberte esperado en la meta para saludarte (no estaría nada mal algún día, ¿eh?, sea aquí o allí), porque andaba yo en un tren camino a mi vía crucis futbolero particular y tarareando yo también mi himno, pero yo por no alarmar al pasaje, que fuerzas sí tenía.

Peri Lope dijo...

Bueno, pues nada, enhorabuena, aunque he de decir que con una morena de ojos verdes y dos maravillosos pesados esperando en la meta cualquiera...

Va, va: cualquiera no.

El Impenitente dijo...

No llovió, no. Ni una nube. Tengo un color de piel que ni un zulú.

Este domingo en Londres ganaron con 2:04 y ayer en Boston con 2:03 (aunque no lo homologarán por tema de desniveles). En Madrid están felices porque, por fin, han bajado de 2:11. Las cuestan son para todos, aunque hayas nacido en la altiplanicie del Kalanji.

Slim, antes de final de año espero estar de nuevo por debajo de las tres horas y por supuesto que lo contaré, entre otras cosas porque la dureza de la carrera se me hace más llevadera pensando cómo voy a contarla. Igual pongo una cestita a ver si me saco unos durillos.

Juan, cuando y donde quieras. Y me alegré por tu Real. Mi amigo José Miguel es txuri urdin y estaba nerviosísimo. -Como no ganemos al Sporting, no es que bajemos a segunda. Es que después seremos como el Oviedo, en caída libre. Menos mal.

Y muchas gracias. Sigo teniendo unas agujetas que me siguen haciendo desearle la horca al que inventó las escaleras, pero me siento muy bien.

SisterBoy dijo...

¡Impresionante relato! con suspense y todo. Sólo falta que Slim y Cucumber se hagan el Alpe de nuez ese y también nos lo cuenten.

Paco dijo...

Cómo me lo paso leyendo tus hazañas. ¡Enhorabuena!

El Impenitente dijo...

Gracias, Paco. Un abrazo.